20 jun 2011

Caricias para ellos













La semana de la moda masculina de Milán empezó el sábado con la mirada puesta en Asia. La industria italiana se recuperó en 2010 del batacazo que sufrió los dos años anteriores, cuando su facturación descendió casi un 20%. Según los datos de la cámara del sector, en las exportaciones a países emergentes están las esperanzas para mantener la tendencia de crecimiento. No se confía en el aumento del consumo europeo a corto plazo. De esta crisis económica se ha emergido con una nueva sensibilidad y filosofía, que también es estética.








Llámenle cura de humildad, si quieren. Hay algo de asunción de la fragilidad masculina en la forma en que las chaquetas se acortan en Dolce & Gabbana y se vuelven ligeras en Emporio Armani. Y una llamada a la belleza de lo imperfecto en los colores gastados de Ermenegildo Zegna o Salvatore Ferragamo. No hay rastro de la sastrería como armadura, ni de la agresividad de un ejecutivo que parece un fósil de otra era. La silueta masculina ya no quiere intimidar. Se vuelve más cálida y se ofrece al tacto. Busca la caricia y el abrazo.

Thomas Maier articuló ayer toda su colección para Bottega Veneta alrededor de la textura. Cubierto desde la nuez hasta las muñecas, el cuerpo conseguía mantener su sensualidad con trajes que se pegaban como si fueran un mono. "No se revela la piel", explica Maier. "Y eso contrasta con las inusuales superficies. Es una forma distinta de traje, derivada de pensar de manera diferente sobre el vestir".

Pensar para hacer sentir. Hoy todo exige mayor reflexión, también las emociones. Ermenegildo Zegna aspira a que los hombres abracen la seda -como las mujeres- por el mercado textil que eso abriría. Para conseguirlo, la mezcla con resina y algodón. Crea materiales híbridos en una colección que apela a un romántico amanecer en la playa. Esta vez, la tecnología no se exhibe con orgullo como un fin. Al contrario, la innovación está al servicio de una vocación sensual y primaria. Cariñosa y humana.

Tal vez por eso, las redes de Dolce & Gabbana no conectan con Facebook sino con las de pescar. O los "estampados digitales" de Emporio Armani saben más a niebla que a píxel. Incluso la vocacional frialdad robótica de Italo Zucchelli en Calvin Klein parece enternecerse. Su nailon con tratamientos "celulares" es más propio de un laboratorio que de una pradera, pero logra un efecto curioso. Aunque estos materiales pasan casi inadvertidos en la lejanía, tienen algo intrigante en la distancia corta. Es decir, impulsan un acercamiento que favorece las relaciones reales sobre las virtuales.

Incluso el más convencido abogado de la digitalización en la moda, Burberry, recupera el valor terrenal de la artesanía. La colección se emitió el lunes a través de 200 páginas de noticias y, de inmediato, se pudo comprar a través de Internet. Es la misma ropa que llegará a las tiendas dentro de seis meses. En ella, la textura de la rafia trenzada se cuela en los cuellos de las parkas y se adueña de las gorras, y los motivos ikat salpican una silueta mod. El resultado es extraño. Pero su melancolía transmite esa nueva sensibilidad masculina. Que ya no utiliza la ropa como escudo ni trata de transmitir una seguridad que la humanidad ya no posee.