Las locas de Buenos Aires
Una historia con suspenso de novela negra que reconstruye los abusos padecidos por las mujeres –tanto internas como enfermeras– en los secretos corredores del Hospital Moyano.
Buenos Aires tiene en su historial un paisaje al que no llega el sol. Túneles y pasadizos secretos albergaron hechos e historias urbanas que podrían erizar a cualquiera. Entre ellos, se encuentran los “Túneles de la Mazorca del Hospital Neuropsiquiátrico Braulio Moyano”, nombre con el que se conoce al subsuelo de este edificio destinado históricamente a la atención de la salud mental de las mujeres. Se dice que muchas internas quedaban embarazadas y se escapaban o parían sus hijos en estos túneles, presas del miedo por las represalias de las monjas que comandaban esas moradas hasta bien entrado el siglo XX. Así es como se llega a la historia de Resplandor, de Héctor Levy-Daniel, ganadora en el 2005 del primer premio del concurso de dramaturgia “Historia bajo las baldosas”, actualmente en manos de la directora Anahí Martella, en el marco del Ciclo Operas Primas organizado por el Centro Cultural Ricardo Rojas.
Un túnel. Oscuridad. Desechos de hospital, cajas en desuso y un grito que una y otra vez estremece desde el fondo. El golpeteo constante de una puerta de entrada al hospicio que nunca se abrirá. Un hilo de luz ilumina a Dina (una interna) y entre las sombras, a paso firme, se acerca La Caba (una enfermera). Un diálogo tenso entre estas dos mujeres interpretadas por Maida Andrenacci y Silvia Villasur nos introducen en sus vidas. Dina vuelve al hospital en busca de su hijo. La Caba intentará llevarla por los caminos frondosos de su memoria a la reconstrucción de un hecho: un tiempo pasado en el que ella se escapó, por ese mismo túnel que conecta con la Estación de trenes de Constitución y nunca volvió. Los personajes, con el transcurrir de esta historia, se vuelven esperpentos que deambulan en el presente tratando de resarcir su pasado.
Es en este punto donde la puesta de Anahí Martella encuentra su gran hallazgo en su primera incursión como directora: genera el suspenso necesario para llevar al espectador a reconstruir –de la misma manera que lo hace Dina en su memoria–, lo que sucedió en la noche de su huida, con su hijo y su relación con la enfermera. Por su parte, las actrices realizan un cuidado trabajo bosquejando verosimilitud a sus criaturas. A medida que transcurre el espectáculo se inicia otro gran conflicto. Si varias internas quedaban embarazadas ¿quién derramaba su esperma? Un hombre que se nombra una y otra vez y nunca sabemos qué rol ocupa, pero que tiene cierto poder en el hospicio, abusaba de todas las mujeres del lugar. Entonces, entre internas y enfermeras, se termina la verticalidad: las forzaba a todas por igual. Aquí el espectáculo logra su máxima expresión. La loca y la cuerda se igualan enmarañadas en disputar por un hombre que de la misma manera que las agredía las manipulaba bajo la tutela de algo que suele llamarse amor.
El planteo dramatúrgico disloca dos temporalidades: la del presente y el pasado. Levy-Daniel realiza una minuciosa caracterización de estos personajes acentuando la crudeza en las relaciones de dominación y manipulación que se producen en las internas. La escenografía y dirección de arte en manos de Alejandro Mateo potencia el mundo sugerido por la multiplicación de objetos en escena y la profundidad de campo, lo que permite que el espectador se integre a la puesta introduciéndolo en el túnel representado. La iluminación jugada desde los mismos objetos, y los sonidos y la música completan este cuadro debajo de nuestras baldosas.
Martella supo darle realismo a un texto sostenido en los personajes, en una buena fusión tanto con el espacio, la iluminación y la música. Y sobre todo logra que desde las butacas se pueda reconstruir con aire detectivesco una triste historia de las mal llamadas “locas del hospicio”.
fuente pagina12
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