19 abr 2010

Alfonsina


En líneas generales son conocidas las circunstancias biográficas de Alfonsina Storni, la poeta que gravitó con gran importancia tanto en el campo de la conquista de la independencia femenina, como en el de la poesía, con una obra que abrevaba en el Romanticismo, derivó paulatinamente hacia la vanguardia y, lo que realmente lo hace valiosa, confluyó en crear una voz personal, fuerte y capaz de seducir a los lectores aún hoy.

Avatares familiares, sobre todo debido a la naturaleza melancólica de su padre, hacen que Alfonsina nazca (el 22 o el 29 de mayo de 1892) en la Suiza italiana (hay quien supone su nacimiento en alta mar). Cuatro años más tarde, la familia está de regreso en la Argentina, establecida en San Juan, hasta 1901, cuando se transfiere a Rosario. A los trece años, Alfonsina comienza una experiencia teatral que la lleva de gira por distintas localidades del país. Finalmente se decide a estudiar de maestra en Coronda y ejerce en Rosario. En 1911 está en Buenos Aires, donde nace su hijo Alejandro, sin padre conocido.

“En ese mes de julio tan alborotado engendró a su hijo, algo tan valioso para Alfonsina, y que debió cambiar el rumbo de su vida. Parecería, sin embargo, que no hubo nada de dramático en este decidir, como creemos que lo decidió, ser madre soltera. En una época en la que -y ella misma lo experimentó en Coronda- cualquier transgresión de las normas morales imperantes, por mínima que fuera, se pagaba cara. Época en que los hijos ilegítimos eran ocultados celosamente o disfrazados los parentescos. La medida de este episodio trascendente la da el hecho mismo de que durante la vida de Alfonsina nunca apareció mencionado el hijo, mucho menos entre las causas que pudieron haber motivado el viaje a Buenos Aires”, escribe Josefina Delgado en su “Alfonsina Storni”, justamente subtitulada “Una biografía esencial”.

“Si Victoria Ocampo, perteneciente a la clase social más elevada y poderosa de la Argentina de entonces, los terratenientes y ganaderos, tuvo que renunciar a ser madre por no poder casarse con su amante, Alfonsina, pobre, orgullosa y trabajadora, resolvió a solas con su conciencia un problema por el cual muchas otras mujeres han visto sus vidas frustradas o, al menos, descompensadas”. Vale acotar lo que señala más tarde Delgado, que pese a tener la misma edad y ser las dos escritoras y vivir en Buenos Aires, los pasos de Victoria Ocampo y Alfonsina Storni nunca se cruzaron.

En 1918 se publica su primer libro, “La inquietud del rosal”, que escandaliza a algunos y que le gana fama de impúdica: “...Yo soy como la loba. / Quebré con el rebaño / y me fui a la montaña / fatigada de llano. / Yo tengo un hijo fruto / del amor, amor sin ley. // Yo soy como la loba, ando sola y me río / Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío. / Dondequiera que sea, que yo tengo una mano / Que sabe trabajar y un cerebro que es sano, / El hijo y después yo, y después... ¡lo que sea!”.

Sigue la publicación de “El dulce daño”. Josefina Delgado anota que “por aquel entonces, uno de los poemas de Alfonsina que empezó a correr de boca en boca, difundido por las recitadoras, fue el que le garantizó la adhesión de las mujeres. Algo así como el “Hombres necios, que acusáis...’, de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, al que recuerda por la invectiva contra las desmedidas e injustas pretensiones de virginidad. Se trata de “Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar’, en el que no sólo reconviene a los hombres por la desigual exigencia que plantean, sino que les señala su propia libertad como algo de lo que hay que volver, luego de una etapa de purificación en que “las carnes les sean tornadas’ y luego de recuperar “el alma que por las alcobas se quedó enredada’. Sólo así, dice Alfonsina, se podrá pretender una virginidad primigenia”.

En su libro, Delgado recuerda y describe las amistades que signaron la vida y el destino de Alfonsina Storni, desde el santafesino Juan Julián Lastra (quien la conectó con el ambiente literario de Buenos Aires, y cuya estima continuó hasta su muerte) hasta Horacio Quiroga y Manuel Gálvez, además de la impresión que causa en figuras internacionales como Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral o Federico García Lorca.

Con el tiempo, y ya en la década del “20, “empieza a perfilarse una imagen inédita en nuestra historia literaria hasta entonces, la de una activa escritora que vive de su pluma y de su intelecto, que puede permitirse la coquetería pero también cierto rechazo a las convenciones sociales, y, sobre todo, que no necesita de un hombre a su lado para salir adelante. Claro, al leer su poesía esta imagen de autosuficiencia adquiere contornos patéticos, desgarradores, pero las jóvenes que recitan los versos de “La caricia perdida’ sin duda aceptan tácitamente el desdoblamiento que representa la literatura”.

En el diario de Manuel Mujica Lainez está anotado un episodio de cuando el escritor tenía 17 años (y debía suceder, pues, en 1927). Es entonces que conoce a Alfonsina (de 36 años): “Era muchísimo mayor que yo, desgreñada y vehemente. Una admirable poetisa, sin duda, pero los matices se me escapaban. Dejé de ir, o mejor dicho, me escabullí de su casa, espantado, el día en que quiso besarme”. Y según cuenta también Mujica Lainez, acto seguido ella afirmó: “Yo considero amigo a un hombre sólo después de haberlo besado”.

Y así, siguiendo las huellas de Alfonsina, sus viajes, sus libros, su evolución poética, hasta el conocido suicidio final en octubre de 1938, Josefina Delgado escribe no sólo una biografía esencial sino definitiva de Alfonsina Storni. Lo hace de la mejor manera, amena pero sin caer jamás en las malformaciones de cierta novelización biográfica. Paso a paso señala la fuente de los datos, y cuando entra en las regiones de las suposiciones, lo hace en condicional, sobriamente. Conoce la obra literaria de la biografiada y la cita en los momentos oportunos.

Sudamericana.



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