Según ha confirmado el forense del condado de Clark de Las Vegas, el actor nominado al Oscar en una ocasión, casado en seis, protagonista de clásicos de la talla de Con faldas y a lo loco, Los vikingos o Fugitivos, famoso vividor, temido galán, el actor ha fallecido a los 85 años de edad. Y es difícil evitar pensar en un final sin glamour, swing, cigarrillos, bourbon o mujeres para este Don Juan que surgió de lo más indigno del Bronx. Porque con Tony Curtis también se va un poco de aquel Hollywood que creaba iconos globales, cambiaba vidas y hacía soñar.
Bernard Schwartz nació el 3 de junio de 1925 en el seno de una familia de inmigrantes judíos húngaros. Su padre era sastre y toda su familia vivía en la parte de atrás del negocio en el barrio del Bronx en Nueva York. Su madre, esquizofrénica, golpeaba frecuentemente a sus tres hijos y no es de extrañar que el pequeño Bernard encontrara refugio desde muy joven en el cine, en general, y en las películas de Cary Grant, en particular. Un actor que marcaría su forma de ser, tanto en la apariencia física como en la forma de entender la masculinidad, pero también en su vida. Una de las razones por las que se alistó a la marina fue precisamente ese actor. Y, en parte, por ese actor, lucharía en la Segunda Guerra Mundial llegando a presenciar la rendición del Ejército japonés en la bahía de Tokio en septiembre de 1945. "Fue uno de los grandes momentos de mi vida", llegó a decir a este propósito.
A su llegada a Estados Unidos, y espoleado por su indudable magnetismo físico, ingresa en la escuela de interpretación de la New School en Nueva York donde comparte aula con Walter Matthau o Rod Schneider. En 1948 la Universal le hace un primer contrato y empieza su carrera en Hollywood como galán en ciernes en vehículos para su lucimiento como Criss Cross (1949) o Francis (1950) en compañía del otro galán universal, Rock Hudson. Un año más tarde se casa con Janet Leigh con la que estuvo casado 11 años y con la que tuvo dos hijos. Uno de ellos, Jamie Lee Curtis, también seguiría los pasos del padre. Después de Bernard Schwartz, después de tantear James Curtis, nace el fenómeno: Tony Curtis.
En 1953 llega su primer éxito con la película Houdini sobre el famoso ilusionista homónimo. Aunque mientras empieza a labrarse una carrera como actor de grandes dotes físicas, sus ansias por demostrar que también disponía de sutiles dotes interpretativas le llevan a crear su propia productora con la que en 1958 rodaría una de sus grandes películas: Los vikingos de Richard Fleischer junto a Kirk Douglas. Una pulsión, la de demostrar que además de gran hombre era gran actor, que le marcaría toda su carrera. Ese mismo año llegaría su primera y única nominación a los Oscar de Hollywood por su interpretación en la película Fugitivos del realizador Stanley Kramer .
Pero sería en 1959 cuando Curtis protagonizaría la película por que la que seguramente el gran público le recuerde: Con faldas y a lo loco de Billy Wilder. La historia de unos músicos que obligados a escapar de la mafia en el Chicago de la ley seca, deciden travestirse e irse de gira a Miami con una orquesta de mujeres un tanto descerebradas. Jack Lemmon y Marylin Monroe acompañaban al actor en esta película que jugaba sardónicamente con la masculinidad vehiculada por la imagen pública del actor permitiéndose licencias como la de parodiar el acento de Gary Grant en la escena de la playa de esta producción mil veces copiada pero nunca superada. Más tarde, Curtis volvería a jugar al despiste sexual en el Espartaco de Stanley Kubrick y a la autoirrisión con su papel de patético galán en La carrera del siglo (1965) de Blake Edwards.
Después de algunos sonados fracasos como El estrangulador de Boston (1968) y cansado de su imagen de sex symbol, en los años setenta se refugia en la televisión. Protagoniza, entre otras, la serie The persuaders junto a Roger Moore, McCoy (1975-76) o la longeva Las Vegas (1978-1981). Pero a finales de los ochenta el ocaso de la estrella es cada vez más evidente. Tony Curtis empieza a perder toda la elegancia old-school que le hizo famoso y solo es capaz de llamar la atención del gran público con sus sonados y repetidos matrimonios (y divorcios). El último, una entrenadora de caballos con la que montó una ONG para rescatar a dichos mamíferos abandonados, o violentados, por sus propietarios.
El actor deja hoy una filmografía de más de 100 películas. Un trabajo realizado junto a los más grandes de la historia de Hollywood con artistas de la talla de Burt Lancaster, Stanley Kubrick o Marylin Monroe. Y cinco hijos con sus distintas mujeres. También, una fundación para la conservación de la herencia cultural judía en Hungría y unas memorias publicadas en 2008 tituladas: Un príncipe americano: memorias. Aunque, también deja una extensa obra pictórica. Poco conocida pero que resultó ser la expresión artística con la que tuvo más respaldo de la difícil, esquiva, y a veces violenta, crítica especializada. "Nadie es perfecto", decía Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco. Tony Curtis tampoco. Y bien gracias.
Bernard Schwartz nació el 3 de junio de 1925 en el seno de una familia de inmigrantes judíos húngaros. Su padre era sastre y toda su familia vivía en la parte de atrás del negocio en el barrio del Bronx en Nueva York. Su madre, esquizofrénica, golpeaba frecuentemente a sus tres hijos y no es de extrañar que el pequeño Bernard encontrara refugio desde muy joven en el cine, en general, y en las películas de Cary Grant, en particular. Un actor que marcaría su forma de ser, tanto en la apariencia física como en la forma de entender la masculinidad, pero también en su vida. Una de las razones por las que se alistó a la marina fue precisamente ese actor. Y, en parte, por ese actor, lucharía en la Segunda Guerra Mundial llegando a presenciar la rendición del Ejército japonés en la bahía de Tokio en septiembre de 1945. "Fue uno de los grandes momentos de mi vida", llegó a decir a este propósito.
A su llegada a Estados Unidos, y espoleado por su indudable magnetismo físico, ingresa en la escuela de interpretación de la New School en Nueva York donde comparte aula con Walter Matthau o Rod Schneider. En 1948 la Universal le hace un primer contrato y empieza su carrera en Hollywood como galán en ciernes en vehículos para su lucimiento como Criss Cross (1949) o Francis (1950) en compañía del otro galán universal, Rock Hudson. Un año más tarde se casa con Janet Leigh con la que estuvo casado 11 años y con la que tuvo dos hijos. Uno de ellos, Jamie Lee Curtis, también seguiría los pasos del padre. Después de Bernard Schwartz, después de tantear James Curtis, nace el fenómeno: Tony Curtis.
En 1953 llega su primer éxito con la película Houdini sobre el famoso ilusionista homónimo. Aunque mientras empieza a labrarse una carrera como actor de grandes dotes físicas, sus ansias por demostrar que también disponía de sutiles dotes interpretativas le llevan a crear su propia productora con la que en 1958 rodaría una de sus grandes películas: Los vikingos de Richard Fleischer junto a Kirk Douglas. Una pulsión, la de demostrar que además de gran hombre era gran actor, que le marcaría toda su carrera. Ese mismo año llegaría su primera y única nominación a los Oscar de Hollywood por su interpretación en la película Fugitivos del realizador Stanley Kramer .
Pero sería en 1959 cuando Curtis protagonizaría la película por que la que seguramente el gran público le recuerde: Con faldas y a lo loco de Billy Wilder. La historia de unos músicos que obligados a escapar de la mafia en el Chicago de la ley seca, deciden travestirse e irse de gira a Miami con una orquesta de mujeres un tanto descerebradas. Jack Lemmon y Marylin Monroe acompañaban al actor en esta película que jugaba sardónicamente con la masculinidad vehiculada por la imagen pública del actor permitiéndose licencias como la de parodiar el acento de Gary Grant en la escena de la playa de esta producción mil veces copiada pero nunca superada. Más tarde, Curtis volvería a jugar al despiste sexual en el Espartaco de Stanley Kubrick y a la autoirrisión con su papel de patético galán en La carrera del siglo (1965) de Blake Edwards.
Después de algunos sonados fracasos como El estrangulador de Boston (1968) y cansado de su imagen de sex symbol, en los años setenta se refugia en la televisión. Protagoniza, entre otras, la serie The persuaders junto a Roger Moore, McCoy (1975-76) o la longeva Las Vegas (1978-1981). Pero a finales de los ochenta el ocaso de la estrella es cada vez más evidente. Tony Curtis empieza a perder toda la elegancia old-school que le hizo famoso y solo es capaz de llamar la atención del gran público con sus sonados y repetidos matrimonios (y divorcios). El último, una entrenadora de caballos con la que montó una ONG para rescatar a dichos mamíferos abandonados, o violentados, por sus propietarios.
El actor deja hoy una filmografía de más de 100 películas. Un trabajo realizado junto a los más grandes de la historia de Hollywood con artistas de la talla de Burt Lancaster, Stanley Kubrick o Marylin Monroe. Y cinco hijos con sus distintas mujeres. También, una fundación para la conservación de la herencia cultural judía en Hungría y unas memorias publicadas en 2008 tituladas: Un príncipe americano: memorias. Aunque, también deja una extensa obra pictórica. Poco conocida pero que resultó ser la expresión artística con la que tuvo más respaldo de la difícil, esquiva, y a veces violenta, crítica especializada. "Nadie es perfecto", decía Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco. Tony Curtis tampoco. Y bien gracias.
via: elpais.es
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