Si las comparaciones son odiosas, en el caso de esta pareja, Kate y William, la recurrente vista atrás de todos los comentaristas hacia la boda de Lady Di y Carlos de Inglaterra les ha beneficiado de manera prodigiosa. Lo que se alabó en aquel enlace, la candidez de la novia, su permanente azoramiento, su candorosa juventud, es precisamente lo contrario de lo que se destaca de esta joven licenciada en Historia del Arte, a la que no cabe imaginar en su noche de bodas descubriendo que el novio luce unos gemelos con las iniciales de otra mujer. No. Los tiempos han cambiado. No sólo porque la familia real británica no supo estar a la altura de la propia tradición que tan celosamente defendía sino porque son observados por un público menos incondicional.
Los hijos de la Reina Isabel superan la media de divorciados del pueblo británico y es imposible que de la memoria de la gente se borren con facilidad los problemas psicológicos de Diana derivados por un gran engaño, la incomunicación evidente de la pareja y la publicación de embarazosas conversaciones clandestinas del príncipe de Gales con quien luego sería su mujer, Camila. Imposible olvidar la manera torpe en que la reina gestionaría la santificación de Lady Di tras su muerte, esa fiebre algo histérica que despertó aquella que dijo querer convertirse en reina de corazones y que sabía manipular, nunca sabremos con qué porcentaje de premeditación o rencor, el complejo sentir popular.
Los tiempos de Lady Di pasaron. Ya nadie espera que una novia sea una virgen cándida en manos de un pigmalión distraído, con la cabeza en la cama de una mujer madura. El mejor homenaje que puede hacerse a aquella joven esposa que se convirtió, a fuerza de desengaños, en una mujer compleja, está en manos de su primogénito William, que está mostrando, con su actitud, los beneficios que una madre cariñosa aporta al equilibrio psicológico de un hijo que tendrá que enfrentarse a una vida llena de códigos y rigideces. ...
sigue"Kate sobrevivirá"
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