19 ago 2009

La ola

“No es la película sino la realidad la que es neonazi”
El largometraje del director alemán Dennis Gansel sitúa la trama en un colegio secundario, donde un profesor propone, como un juego, la creación de una “comunidad” que se le va de las manos. Eduardo Grüner y Jorge Palant reflexionan sobre el tema.

Una parte de la sociedad alemana sigue teniendo una postura culposa en relación con el accionar del nazismo en el pasado. Aun así, el interrogante se sigue planteando hoy: ¿el fascismo y su metodología podrían volver a repetirse? Tal es la trama de la película La Ola, donde un profesor de secundario, con un pasado izquierdista y amante del punk rock, convoca a sus alumnos a participar de un “juego” sustentado en estrictas normas, que ellos mismos aceptan, recrean y toman como propias, hasta que la situación se desmadra. La Ola –remake de The Wave, telefilm estadounidense de 1981, dirigido por Alexander Grasshoff– ha sido la película más taquillera del 2008 en Alemania, donde la vieron tres millones de espectadores. En Buenos Aires, en septiembre de 2008, fue la película de apertura del Festival de Cine Alemán y concitó el respaldo de la crítica y del público a esta historia, protagonizada por el popular actor Jürgen Vogel, quien moldea un docente escrito a su medida.

En charla con Página/12, previa al estreno de este jueves, Eduardo Grüner –sociólogo, ensayista y profesor de Teoría Política y de Sociología del Arte (UBA)– y Jorge Palant –psicoanalista, dramaturgo y Premio de Argentores 2008– comparten sus opiniones políticas y estéticas sobre el film. Y el director y guionista alemán Dennis Gansel (ver aparte) habla de su motivación principal a la hora de filmar.

–¿El profesor Rainer Wenger ejerce el poder sólo a partir del concepto de autocracia?

Eduardo Grüner: –No, no se puede ejercer el poder a partir de un mero concepto. En todo caso, hay en cualquier sociedad un estado de inercia de los conflictos larvados (eso que Sartre llamaba una hexis), que una compleja trama de circunstancias arroja en las redes de un “significante flotante” más o menos conceptual, que pone al desnudo el conflicto latente. En verdad, hay que señalar que el profesor no parte de la categoría “autocracia” sino de la de “anarquía” (que es el curso que él realmente quiere dar). Esto es un rasgo de inteligencia (no sé si voluntaria) de la película: allí se ve la ironía de cómo –dada aquella latencia potencialmente violenta– esos significantes, de contenido en principio opuestos, son intercambiables en su arbitrariedad. El profesor, en cierto modo –la secuencia final lo transmite claramente–, es también víctima de una situación a la que está tan objetivamente sometido como sus alumnos, y el “experimento” escapa a su control. Es como una mezcla de aprendiz de brujo y sacerdote sacrificial: toda la lógica de la situación conduce casi indefectiblemente a la búsqueda de un “chivo emisario”.

Jorge Palant: –Decir “autocracia” en este caso me parece mucho decir. Que la autocracia sea el gobierno de uno solo no implica que uno solo pueda llevar adelante una política autocrática. No hay autocracia sin las instituciones capaces de llevar a cabo las tareas represivas en sus diversas modalidades, desde la censura hasta el exilio, desde el exilio hasta el crimen, desde el crimen hasta el genocidio. Plantear una experiencia que se realiza a “puertas cerradas” de la polis, como algo que con la misma facilidad podría ocurrir en ella, me parece que deja de lado las circunstancias de la macropolítica que puedan engendrar un poder autocrático. Que la experiencia apunte a señalar el poder que un líder puede tener sobra la masa, aun cuando en la experiencia haya el artificio de un “Proyecto semanal” en una casa de estudios de enseñanza media, dice de una latencia expectante en relación con la búsqueda de líderes. En el caso de La Ola, de parte de los jóvenes. Que esa latencia expectante encuentre circunstancias históricas que le sean propicias, eso es pensable. “¿Quién recuerda lo que les pasó a los armenios?”, preguntó Hitler en el congreso del partido en Nuremberg, en 1938. Obviamente él.

–Los estudiantes, en su gran mayoría de clase media alta, son “cooptados” por La Ola. ¿Qué buscan además de un sentido de pertenencia?

J. P.: –En su gran mayoría, no mucho más. Se instalan en lo que parece ser un juego agradable. En el guión figura la droga como opción para una juventud que, en palabras de Marco, “no encuentra contra qué rebelarse”. Como si la democracia que vive fuera tan anodina que no generara valores suficientes para despertar alguna militancia, o valores suficientes como para imponer una rebelión, cosa que en sí misma también podría ser el punto de partida de otra militancia. Esos jóvenes, en medio de la experiencia que Rainer Wenger les ofrece, se entusiasman con la pertenencia, con el sentido que esa pertenencia amaga darles a su vida.

E. G.: –No es tan evidente que sean “cooptados”, como si ellos no tuvieran responsabilidad o iniciativa: ¿acaso no son ellos mismos –es cierto que interpelados por el profesor– los que crean el nombre y el saludo gestual de La Ola? ¿Y no son ellos mismos los que generan acciones e intervenciones más allá de lo que el profesor espera? Han encontrado allí no tanto un “sentido de pertenencia” (sólo se puede pertenecer a algo previamente existente) como una posibilidad de generar colectivamente una “comunidad”: palabra que por supuesto tiene resonancias ominosas en la Alemania del siglo XX, pero que también se opone al individualismo competitivo de la sociedad burguesa. Esa es la ambigüedad ideológica interesante del film: la creación de cultura (que está siempre fundada en un acto de violencia y de exclusión del “Otro”, como puede leerse desde Hobbes hasta René Girard, pasando por Freud, Carl Schmitt o Walter Benjamin) produce una lógica de “campo de batalla” cuyos contenidos políticos precisos no están decididos de antemano: dependen de la propia lógica social-histórica que los contiene.

–El maestro practica un rol carismático y aglutinador, e induce a la violencia. ¿Por qué sólo unos pocos alumnos lo cuestionan?

E. G.: –Ya he aclarado que, en mi lectura, no es (al menos no exclusivamente) el profesor el que induce a la violencia. Toda la situación, y la estructura social que esa situación expresa, es “ontológicamente” violenta. En ese contexto, la identificación masiva con el profesor (puesto en el lugar de un Ideal “valorativo” frente al vacío social de sentido) no puede sino encontrar una salida violenta. La película tiene el módico coraje de plantear ese problema, y desde esa óptica es la otra cara (la cara “verdadera”, podríamos decir) de aquel film ideológicamente repugnante que se llamaba La sociedad de los poetas muertos, donde el profesor “libertario” enviaba a sus discípulos al desastre y después se “borraba” alegremente: este profesor, al menos, se hace cargo de su parte de responsabilidad. Por otro lado, La Ola no llega al sutilísimo nivel de escalpelo etnográfico de la reciente Entre los muros, su “mensaje” es más lineal, pero interroga una cuestión esencial. En cuanto a los “pocos alumnos” (en verdad “alumnas”, lo que no deja de ser significativo) que lo cuestionan, no siempre lo hacen por las mejores razones sino más bien en nombre de una vaga defensa del statu quo (también aquí hay una interesante ambigüedad). La directora “progre”, en cambio... ¡lo apoya!

J. P.: –Decir “aglutinador” se corresponde con lo que sucede en la experiencia. “Carismático” implica un algo más que no se desprende de lo que se ve. No son tantas las dificultades que la experiencia le ofrece como para que las sortee poniendo en juego algún carisma. Le alcanza más con el énfasis que con la persuasión. En cuanto a la inducción a la violencia, sólo sucede en el crescendo que anticipa el final. De hecho, cuando su seguidor implacablemente fiel, Tim, quien de a poco va dejando el artificio del juego para hacerlo realidad (es notable la escena en que quema sus ropas, en las que se destacan la diversidad de colores de los que estaba compuesta para ceñirse a la camisa blanca que el grupo decide usar), monta una escena que intente reflejar el verosímil que sigue su lealtad y que genera la presencia policial, recibe de parte de Wenger una fuerte admonición. No por un error estratégico en su acción sino como algo que no va, algo fuera de libreto. La realidad como tal no entra en el juego, por más que la ficción favorezca que los límites se pierdan. ¿Por qué la mayoría de los alumnos no cuestiona a Wenger? Creo que se dejan llevar por el juego. Hasta el momento en que el terror les inunda el rostro.

–La esposa es docente en la misma escuela. ¿Qué diferencias surgen en el ámbito profesional y en el privado?

E. G.: –La inclusión de este conflicto “privado” es más bien anecdótica, con meros fines dramáticos. Sin embargo, abona la hipótesis de una cierta “misoginia”: las mujeres son más racionales, pero también más “conservadoras”. En este caso aciertan, pero casi por casualidad.

J. P.: –En el punto en el que se juega la relación del matrimonio, el guión ofrece un enfrentamiento que subraya cierta rivalidad de Rainer con su mujer, aun cuando la acusación en ese terreno parte de él. Rainer acentúa las diferencias académicas entre los dos como sin conexión con la performance de cada uno. Rainer, que dice de sí que si bien cuenta con menos títulos en aquel terreno, consigue un desempeño más logrado que ella, “que no consigue dar clases sin tomar pastillas que la apuntalen”. Tal vez (sólo tal vez, claro), el guión quiera enfatizar una cuestión de diferencias intelectuales reflejadas inversamente en sus posibilidades de accionar. Rainer quedaría entonces del lado de quienes, sin tener demasiado de qué enorgullecerse, demuestran eficacia en la acción que desempeñan. Sea como director técnico de un equipo de water polo o como líder de la experiencia autocrática.

–¿Cuál es la mirada del director con respecto a la escuela como institución?

E. G.: –La de su completo fracaso. ¿Cuál otra podría ser? La escuela moderna tiene que trabajar sobre un ideal de sujetos libres y autónomos en una sociedad que no es ni libre ni autónoma. Por eso, entre otras cosas, decía Freud que la educación es una tarea “imposible”. Eso no quiere decir que no haya que ejercerla. Pero sabiendo que se instala en una contradicción insoluble en las actuales condiciones sociales. Esto es, me parece, lo que el profesor no alcanza a percibir, y entonces, proverbialmente, sus buenas intenciones son el empedrado del infierno.

J. P.: –La ve como una institución liberal. Que uno de sus profesores dicte, en su “Proyecto semanal”, “Autocracia” y otro dicte, en la misma semana “Anarquía”, no responde siquiera a determinada política de confrontación de modelos de gobierno del que saldrían unos mejor parados que otros. La decisión de Wenger de demostrar, en acto, “que una dictadura puede reinstalarse en Alemania”, es la manera personal que tiene de encarar el desafío de dictar “Autocracia” en lugar de “Anarquía” (que es lo que había elegido y le niegan).

fuente:pagina12


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