Eugène Ionesco nunca quiso oír hablar de giardar recuerdos. Romper, destruir, quemar. Pero , su esposa Rodica, fallecida en 2004, fue haciendo caso omiso a su voluntad y guardando viejas cajas de zapatos, carpetas olvidadas, vanos de escritorio el legado de aquel electrón libre.
El conjunto, recién donado a la Biblioteca Nacional por MarieFrance Ionesco, hija del escritor, permite asomarse al anticomunista feroz y al feroz antifascista, al depresivo, al metafísico, al agnóstico que quería creer ("para mi padre, que quiso ser monje pero le faltó fe, el arte era un sustitutivo de la religión", explica MarieFrance Ionesco confortablemente sentada en el saloncito del 96, Boulevard de Montparnasse, donde vivieron los Ionesco desde 1964), al tipo que colocó el individualismo innegociable en la cima de las opciones morales.

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