parte de la entrevista de Jordi Doce a Umberto Eco
"En un viejo ensayo de los años sesenta, «Para una guerrilla semiológica», escribía usted que «la batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega». Imaginaba entonces «unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida».
¿No cree usted que Internet ha posibilitado justamente esta labor de desmontaje del mensaje, esta liberación de la ambigüedad del mensaje en su punto de llegada?
Creo que sí...
Precisamente porque la web 2.0 permite que seamos a la vez pacientes y agentes, receptores y actores que envían o reenvían mensajes, flujos de información, modificándolos fatalmente...
Estoy de acuerdo. Y puede que no tanto en el ámbito de la civilización, en países democráticos, cuanto en países que todavía están civilizándose. Cierto, se asemeja a una función de guerrilla semiológica, de crítica de la comunicación. Y es algo que está ocurriendo, según tengo entendido (hay datos al respecto), porque los jóvenes ven cada vez menos la televisión y usan cada vez más Internet. En consecuencia, emplean varias formas de información alternativas. Sólo que, como ya he dicho, es todo un poco falso porque son tantas y tan mezcladas, hay tanto desorden, tan poca jerarquía, que no sé cuál puede ser el efecto final. Es una especie de mermelada, de melaza que lo impregna y lo confunde todo.
Esta proliferación de blogs, de bitácoras, todas estas páginas de afirmación del yo (aunque sea bajo el disfraz de presuntas redes comunitarias), ¿no tienen algo de aquellas fortalezas de la soledad que usted mencionaba a propósito de Superman, y que también asociaba a la sensibilidad hiperrealista norteamericana, empeñada en representar y replicar la realidad precisamente para objetivarla, es decir, para hacerla más real a ojos de la audiencia?
No, no, es otra cosa. Es algo más inmediato. Me parece que Internet busca una cura para la enfermedad que ella misma ha causado. La primera enfermedad que ha causado Internet ha sido la soledad. Porqué estás en tu puesto, no tienes ya ni que dar una vuelta por ahí, lo hago todo desde mi mesa, desde el teclado... De ahí ha empezado a nacer la horrenda soledad de Internet, contra la cual se reacciona con esta búsqueda de sociabilidad, en la que yo comparto mi subjetividad del discurso con otros. No me atrevo a establecer si esto es sólo otra forma de soledad o no, porque conozco al menos a dos personas que se han casado gracias a Internet. Personas que quizás se han equivocado en todo lo demás, pero a las que Internet, sea como fuere, les ha permitido huir de la soledad. Así que veamos lo que sucede... Porque estas dos personas que he mencionado se han casado, pero en otros casos... Los hay que creían morirse de amor por una persona bellísima que después era un número de la guardia civil... (risas). Se presentaba como una persona estupenda y después quién sabe cuántos altercados ha provocado...
Me refería más bien a la idea de que el espesor del tiempo queda anulado por la simultaneidad plana de la página descargada, por la convivencia de elementos dispares en la superficie de la pantalla.
Esto es un fenómeno común de las nuevas generaciones y de sus actividades. No sé si se debe a Internet. Ya no hay gusto por el espesor del pasado. Nuestros jóvenes no saben a quién... Yo creo que ahora hay gente en España que si les preguntas quién era Francisco Franco, piensan que era un jefe comunista. Lo mismo ha sucedido en Italia con las preguntas de este género, mientras que yo sabía quién gobernaba en Italia treinta años antes. Pero esto es algo típico de la sociedad americana, incluso de la sociedad científica americana: no quieren hablar del pasado, sólo se atienen al presente. Es sólo una de tantas consecuencias de este desinterés por el pasado.
Una de las ideas centrales de la conferencia que ha pronunciado en el CBA es la noción de texto como estrategia o mecanismo de olvido, esto es, que el texto, por el hecho mismo de seleccionar ciertos elementos, borra otros, borra información, conocimiento del mundo...
Sí, éste es uno de los efectos que produce el texto cuando lo leemos. Está ese proceso, sí. Y se da también en la raíz misma del texto, en su escritura. Pero esto es en el fondo una banalidad, porque el escritor no se dice «tengo que hablar de esto o de aquello», no puede plantearse de antemano el alcance de su actuación. Es una banalidad decir que un escritor decide de qué historias del mundo hablar y de cuáles no. Considero que es una banalidad, como decir que cada mañana nos ponemos los zapatos.
¿Hemos llegado a otro estadio del discurso televisivo, o realmente estamos viviendo una degradación, un punto extremo de esa neo-televisión?
Seguimos todavía metidos en ese proceso. Mire, lo demuestra el simple hecho de que cualquiera que aparece en televisión, incluso si sale paseando en calzoncillos, sólo por el hecho de salir ya está investido de autoridad. Seguimos todavía metidos en ese proceso autístico de una televisión que habla de sí misma. Es lo que ocurre con Berlusconi. A Berlusconi le votan por lo mismo, porque aparece una y otra vez en televisión. El conjunto de la política italiana se ha modificado profundamente; ahora la política ya no se hace en el Parlamento sino en programas televisivos, porque la gente sólo cree en lo que ha visto en la pantalla del televisor. Y lo cree incluso sabiendo que es una simulación, que todo es fingido.
Yo siempre cuento la historia de Bonvi, el autor de la historieta Sturmtruppen, quien, para completar sus ingresos, trabajaba también en publicidad. Un día recibió el encargo de hacer un anuncio de un insecticida y descubrió que uno de sus ingredientes era el «piretro». Entonces, para que la gente relacionara el insecticida con un aroma fresco y aromático, tuvo la idea de poner en los carteles y en los anuncios de televisión la leyenda «con flores de piretro». Un día va a casa de su madre y siente un hedor terrible. Su madre le explica que usa el insecticida como ambientador porque está hecho con extracto de flores de piretro. Al oírla Bonvi se enfurece y dice: «¡Pero mamá, eso es una tontería que me inventé yo!». Y su madre le responde: «No, hijo... ¡lo ha dicho la tele!» (risas).
Le percibo impaciente con la insistencia de los periodistas (y yo mismo) en preguntarle sobre Internet y las nuevas tecnologías. Aún así, ¿no cree que vivimos sometidos, sobre todo la sociedad occidental, a una especie de superstición cientifista, a ese mito que la tecnología ha creado sobre sí misma no sólo como instrumento del bienestar sino también como garante último de la verdad...?
No es esto, es que los medios de comunicación tienen el sueño de crear los discursos de moda. Los discursos de moda son: «La editorial Feltrinelli va a cerrar», o «los jóvenes ya no leen», o también: «Es el fin de la universidad». Ahora le toca el turno a «el libro está desapareciendo». Ninguno de los periodistas que me hacen esta pregunta ha tenido en la mano un libro electrónico, un e-book, así que hacen una pregunta sobre algo que no usan, e incluso se atreven a hablar ya de la destrucción del libro...
Pero ¿hasta qué punto hemos olvidado a nuestro Frankenstein particular? ¿Hasta qué punto ignoramos los problemas que también genera este avance tecnológico?
No, no, la prensa ha intentado hacernos olvidar nuestros peligros reales contando peligros no reales: la gripe porcina mexicana, las vacas locas, la pedofilia... De repente todo el mundo está lleno de pedófilos hasta el miércoles, luego el jueves ya no hay ninguno...
Sin embargo, usted mismo en un texto reciente decía que «sabemos más, cada vez más en muchos casos, nuestros coches van más deprisa que hace treinta años, pero eso no quiere decir que saquemos el mejor provecho de esos avances científicos y tecnológicos». Más allá del relato mediático, se diría que vivimos en una sociedad donde cierta superstición científica, tecnológica, nos lleva a olvidar o minimizar los peligros que nuestra propia forma de vida no deja de producir...
No estoy de acuerdo, porque a la gente y también a los mass-media les gusta contar que el agujero de la capa de ozono está provocado por el abuso de la tecnología, etcétera. El mito de la ciencia existe en la medida en que los medios de comunicación anuncian siempre un nuevo descubrimiento que no existía para excitar y tener entretenida a la gente. Yo más bien diría que es al contrario, vivimos en una época en la que se está volviendo a formas de superstición muy fuertes, pero sin seguridad científica, o a creencias de tipo supersticioso... La verdad, yo pienso que la gente cree más al padre Pío que a la ciencia. Ésa es la realidad.
Contra las supersticiones
Jordi Doce
via twitter
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Hace 2 años
1 comentario:
¡Absolutamente interesante entrada!
Yo pienso que en esto de la "realidad", en el tema de la cultura occidental, las nuevas tecnologías junto a los avances científicos, el proceso global y demás, existen tres actores:
─La "gente", que podría decir que es la "masa";
─Aquellos que influyen en la "gente" para el rédito de poder o monetario;
─Los demás que describen la situación, como Umberto Eco.
¿Cuál y dónde está el problema? ¿En Bill Gates que siendo uno de los hombres más ricos del mundo vendiendo alfajores quiera seguir compitiendo en la venta de alfajores?
¿Acaso el problema estará en quienes fabrican el iPhone y en quienes lo compran en un mundo totalmente tecnológico con 900 millones de personas sin acceso al agua potable?
¿O, tal vez, el problema se situaría en los hombres del mundo que al describir no logran el impulso global suficiente para mover las cosas hacia otro sentido?
Si la masa es un problema, ¿quiénes influyen en la masa y quiénes, viéndolo, lo permiten?
¡Un abrazo!
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