Este es uno de esos días en los que Lucía Gálvez se queda hasta tarde en el Club El Progreso. La historiadora –egresada en Filosofía y Letras, en la UBA– e investigadora tendrá, en el histórico y señorial edificio porteño de la calle Sarmiento, una jornada extensa que involucrará a la Comisión Directiva y a algunos de los socios de esa institución que nació en 1852, casi con el país.
“Fue creado después de la batalla de Caseros, con fines políticos y económicos. La idea era unificar y poner en contacto las ideas y los hombres… Pero también a las mujeres, una novedad total para la época, porque si este club fuera machista yo no estaría aquí”. De su abuela, la escritora Delfina Bunge (Lucía también es nieta del reconocido historiador Manuel Gálvez), heredó la preocupación por el rol de las mujeres en la historia nacional, un desvelo que la ha llevado a publicar varios libros sobre la cuestión: entre otros, Historias de amor de la historia argentina, Delfina Bunge. Diarios íntimos de una época brillante y Mujeres de la conquista. A lo más alto del podio de sus personajes favoritos sube a Mariquita Sánchez de Thompson, anfitriona de la casa donde por primera vez se cantó el Himno Nacional Argentino. “Ella es una bisagra entre los siglos XVIII y XIX, una época donde –tanto en Europa como acá– el progreso material desplazó a la honra como valor más alto y la vida aburguesada pasó a ser el ideal. En una sociedad con gran autoridad paterna, a Mariquita la querían casar con un hombre a quien ella no amaba. Gracias a un alegato que hoy quedaría moderno, consigue casarse con Martín Thompson. Su actitud no hace más que replicar los aires libertarios que vive el mundo. La casa de los Thompson fue un lugar de reunión de la Sociedad de los Siete, un grupo casi secreto formado por Castelli, Belgrano y el mismo Thompson, entre otros. Mariquita estaba totalmente compenetrada con la Revolución; opinaba sobre política y, al igual que otras mujeres de la época, sus ideas eran escuchadas por sus maridos”, asegura Gálvez quien actualmente dicta clases en la Diplomatura de Cultura Argentina, organizada por el Centro Universitario de Estudios (CUDES), en el marco de los festejos del Bicentenario.
¿Fue importante el rol de la mujer doscientos años atrás? Sí, y no es cierto que mientras más atrás vayamos en el tiempo, mayor será la sujeción de la mujer. Según mi punto de vista, cuando la sociedad está en crisis la mujer tiene más permisos para salirse de su rol de esposa y madre. Y eso fue lo que sucedió en los siglos XVI y XVII, cuando las indias, españolas, criollas y negras fueron elementos esenciales que marcaron el comienzo de nuestra sociedad hispano-criolla. La crisis empezó con las Invasiones inglesas, que cambiaron totalmente el escenario. En ese momento, todas las mujeres se sacrificaron, dieron su juventud, sus afectos y sus vidas por una causa en la que creían.
Pero ese sacrificio no está en los libros de historia... A las mujeres de la Revolución les faltó prensa. A pesar de que hacían de todo e incluso aparecían en protocolos notariales, los historiadores no las nombran en los libros. Una excepción es doña Paula Albarracín, madre de Sarmiento. Para las demás, hubo pocos aplausos. Y eso tiene que ver con que, hasta 1920, la historia social, económica y de mentalidades no era de interés. Antes de eso, siempre hubo descalificación sexual hacia la mujer. En este sentido, leer las cartas y documentos son más reveladores que algunos libros: muestran que en ese momento libertario que hará eclosión en la Revolución de Mayo, las mujeres fueron decisivas. De todas las clases sociales, desde las señoras, hasta las criadas, el coraje de las mujeres se notó más en el norte argentino, donde hubo muertos porque los españoles que estaban en el Alto Perú bajaban para combatir con las tropas de Güemes. En el norte actuaron más que en Buenos Aires.
¿Y en qué situación de género llegó el Centenario, en 1910? El Centenario es, quizás, el momento más importante de la Argentina. Aunque había anarquistas y conventillos, había una gran confianza en el futuro y la grandeza de la patria. Lo pensaban todos: los ricos, los pobres y hasta los inmigrantes, que fueron nuestros grandes patriotas. El país fue una maravilla durante esta época, gracias a la Generación de 1880. Sin embargo, en este momento de fiesta y prosperidad (se terminó el edificio del Congreso y el Teatro Colón, entre otros testigos de la época) la mujer quedó relegada. De tanto imitar a Europa, nos invadió la pacatería y el estiramiento. El corsé y el miriñaque, que reemplazaron a los vestidos livianos y lánguidos de la Revolución, son el reflejo de la situación de la mujer del Centenario: los cronistas de la época remarcan lo bien que bailaban o administraban la Sociedad de Beneficencia; pero, por otro lado, tenían los mismos derechos que chicos de 14 años.
LA MUJER DEL SIGLO. “Hay dos mujeres en la historia argentina que tuvieron poder, pero que, cuando llegaron, sus hombres se los quitaron –cuenta Gálvez–. Una fue Encarnación Ezcurra, mujer de Juan Manuel de Rosas, y la otra fue Eva Perón. Les sucedieron cosas similares en épocas diferentes: cuando sus maridos las necesitaron, las usaron. Las dos mueren jóvenes y a las dos se les hacen exequias impresionantes. El poder de Eva era real, su combustible fue el amor por los desposeídos, pero también el odio. ¿Qué valor tiene que una mujer llegue al poder de la mano de su marido? Por otra parte, lo del voto femenino es otro tema a debatir: el logro fue cuestionado en su momento por Alicia Moreau de Justo y Victoria Ocampo, dos mujeres que habían trabajado por ese objetivo y se sintieron sumamente defraudadas. Más adelante, hubo otras mujeres en la política, como Isabel Martínez de Perón o María Julia Alsogaray, cuyos ejemplos han dejado mucho que desear”.
A la hora de hacer un balance de estos doscientos años, ¿qué nos faltó a las mujeres para poder hacer algo más por el país? Educación política. Pero esto no es materia pendiente sólo de la mujer. Uno de los mayores males de los argentinos en cuanto sociedad es la intolerancia, y hasta que no superemos eso, no vamos a salir.
El amor y el odio, las marchas y contramarchas atraviesan nuestra historia. ¿Alguna vez aprenderemos? La historia es vida en el pasado, y así como los años pueden brindar experiencia a algunos individuos e impedirles que cometan los mismos errores a otros parece no hacerles mella. Los primeros tienen la humildad de reconocer sus errores y aceptar otros razonamientos; a otros la soberbia y los prejuicios les impiden hacer una autocrítica. La historia puede enseñarte hasta un punto, pero las circunstancias cambian… y mucho más en nuestro país. Para bien o para mal. La diferencia que tiene el Bicentenario con el Centenario es que en este último había esperanza segura de que la Argentina estaba encaminada; ahora no tenemos ni optimismo ni esperanza. El gran drama nacional tiene que ver con el predominio de actitudes soberbias y falta de reflexión. Pero, a pesar de todos los problemas que nos acosan somos un país rico.
¿Cómo es posible que siempre hayamos sido ricos pero, al mismo tiempo, cada vez más pobres? Tenemos un patrimonio riquísimo, tanto económico como cultural. Tangible e intangible. Además, somos un pueblo solidario. Sólo bastarían dirigentes que no sean corruptos. La única posibilidad que tienen los más desamparados de salir de su estado de abandono es educación y más educación, lo mismo que clamaban visionarios como Sarmiento y Avellaneda.
¿Hay alguna función específica que tengamos las mujeres en un proyecto de refundación? Potenciar tres características que tenía Mariquita Sánchez de Thompson: sentido común, sensatez y valor por la vida. Ella, además, no quería saber nada con la falta de libertad. Rescato esas virtudes en las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo. Hoy hay muchísimas mujeres que luchan, que se ocupan de la casa y hacen política. La mujer es fundamental en la construcción de la paz. Salvo excepciones, es transmisora de cultura, identidad y afectos. Es cierto que estamos lejos de la gran Argentina del Centenario. Además de estar desunidos y confundidos, tenemos el agregado fatal de la corrupción. Pero tenemos que pelear igual, contra los molinos de viento. Tengo la esperanza de que, por sobre las mezquindades, triunfará el esfuerzo cotidiano de tantos argentinos honestos. Confío en que las instituciones recuperen sus principios republicanos por los cuales tanto trabajaron nuestros ancestros. Lo peor y lo mejor que tenemos es el pueblo. Creo en esa Argentina secreta y callada, la de los que trabajan, estudian y no aparecen en los diarios. No podemos continuar con la actitud maniquea de culpar de todos nuestros males a determinadas figuras históricas. Tampoco es bueno el escepticismo. Tenemos que unirnos. Sólo un grupo de personas de diferentes tendencias y que rechacen la tentación, la arbitrariedad y la omnipotencia puede sacar adelante el país. Para tener la Argentina que queremos hace falta educación, fe y compromiso. Y unión, que es lo que hace la fuerza. Es lo que pasó acá, en el Club El Progreso. Después de la batalla de Caseros, el país todo estaba dividido: unitarios, federales… Sin embargo, esos hombres olvidaron sus rencores para que primara la tolerancia… al menos para discutir. De ahí salió la Constitución, que fue el principio del camino.
via: Parati
Método Bleecker
-
Michel Pierre de Bleecker - Presencias
Los niños nacen analfabetos; muchos adultos mueren analfabetos. Como el
crecimiento demográfico es uno de los f...
Hace 2 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario