Siglo XXI: la realidad ha cambiado. Las tecnologías de impresión y distribución de obras intelectuales y culturales han comenzado un proceso de modificiación irreversible y, en cierta medida, democratización –la microelectrónica, la digitalización, la Web 2.0, la telefonía celular y los diferentes dispositivos peer to peer así lo prueban–. Hoy una obra intelectual puede llegar al público sin la mediación de un editor, discográfica, productor cinematográfico o distribuidor. Por ende, son las industrias culturales las que deben replantear su negocio, su funcionalidad. Este será el punto de partida que Joost Smiers –investigador de arte holandés– y Marieke van Schijnel –publicista holandesa– declaran al escribir, según sus propias palabras, un libro radical: Imagine… No Copyright (Gedisa, 2008).
Smiers, sin embargo, no es nuevo en esta discusión; su anterior texto –Un mundo sin copyright. Artes y medios en la globalización– ya había encendido la mecha de la polémica. El planteo de los autores holandeses es tan marcial como simple: hay que avanzar hacia un esquema que termine por eliminar definitivamente el copyright. Un esquema que ya ha entrado en crisis y cuyo destino no es otro que la desparición y la consiguiente reformulación de toda la cadena de producción y distribución en las industrias culturales –y particularmente, de los grandes monopolios.
Un mundo sin intermediarios
La gran expansión de Internet y de las nuevas tecnologías digitales, los usos -a veces revolucionarios- que de ellas se hacen y las profundas transformaciones que han provocado y prometen a las sociedades configuran la cultura de la pantalla, que convive/lucha con la más tradicional cultura del libro. Alejandro Piscitelli sigue de cerca esa contienda y la analiza en campos tan diversos como la educación, la televisión, las redes sociales y los videojuegos.Usted plantea la necesidad de lo que llama mediadores tecnológicos intergeneracionales. ¿Qué rol deberían cumplir esos agentes?La denominación es rimbombante, pero la función es indispensable y casi inexistente. Hoy conviven muchas culturas, pero las dos más notorias, y que están coexistiendo con mucha dificultad, son la del libro y la de la pantalla. Los mediadores de los que hablo deberían ser una especie de traductores entre ambas culturas. Los veo en una función provisoria y limitada, pero necesaria, porque el libro y la pantalla están en conflicto, y en ese conflicto existe una violencia simbólica muy grande.
"El libro y la pantalla están en conflicto, y ya de una manera muy violenta"
Smiers, sin embargo, no es nuevo en esta discusión; su anterior texto –Un mundo sin copyright. Artes y medios en la globalización– ya había encendido la mecha de la polémica. El planteo de los autores holandeses es tan marcial como simple: hay que avanzar hacia un esquema que termine por eliminar definitivamente el copyright. Un esquema que ya ha entrado en crisis y cuyo destino no es otro que la desparición y la consiguiente reformulación de toda la cadena de producción y distribución en las industrias culturales –y particularmente, de los grandes monopolios.
Un mundo sin intermediarios
La gran expansión de Internet y de las nuevas tecnologías digitales, los usos -a veces revolucionarios- que de ellas se hacen y las profundas transformaciones que han provocado y prometen a las sociedades configuran la cultura de la pantalla, que convive/lucha con la más tradicional cultura del libro. Alejandro Piscitelli sigue de cerca esa contienda y la analiza en campos tan diversos como la educación, la televisión, las redes sociales y los videojuegos.Usted plantea la necesidad de lo que llama mediadores tecnológicos intergeneracionales. ¿Qué rol deberían cumplir esos agentes?La denominación es rimbombante, pero la función es indispensable y casi inexistente. Hoy conviven muchas culturas, pero las dos más notorias, y que están coexistiendo con mucha dificultad, son la del libro y la de la pantalla. Los mediadores de los que hablo deberían ser una especie de traductores entre ambas culturas. Los veo en una función provisoria y limitada, pero necesaria, porque el libro y la pantalla están en conflicto, y en ese conflicto existe una violencia simbólica muy grande.
"El libro y la pantalla están en conflicto, y ya de una manera muy violenta"
Sí, en las novelas que escribo hay un elemento del policial pero no se llega a configurar un policial. La muerte de la persona no es lo más interesante ni nadie se está preguntando quién lo mató. Pero me sirve la estructura narrativa: planteás un enigma al principio y tenés que terminar la novela develando ese enigma. Mientras tanto, aparecen los mundos que rodean a esas personas y que es lo que me gusta contar.
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