Un desfile de moda en Karachi, la ciudad más poblada de Pakistán, nada tiene que envidiar a las pasarelas milanesas. Unas horas antes de que ayer se declarara el mes sagrado de ayuno y abstinencia islámico, el Ramadán, cientos de paquistaníes de la élite de la ciudad se acercaron al exclusivo barrio de Clifton para presenciar el desfile de moda de la diseñadora Sanam Agha.
Una fiesta en la que circularon "grandes cantidades de whisky escocés y cocaína colombiana", según informa EFE, clausuró una velada que no se aguó ni siquiera por los problemas técnicos ocasionados por la crisis energética que atraviesa Pakistán.
La clase alta paquistaní vive al margen de la pobreza y el terrorismo. "Aquí estamos influidos por Vogue y Bollywood, pero hacemos una interpretación oriental. Hay que tratar de evitar herir sensibilidades", afirma Tariq Amin, estilista del desfile, que cobra 500 euros por maquillar a cada modelo.
Éstas llegaron a los ensayos luciendo gafas Dior, fumando cigarrillos light, hablando por sus Blackberry, comiendo pizza y bebiendo Coca-Cola. Como si estuvieran en París.
Una fiesta en la que circularon "grandes cantidades de whisky escocés y cocaína colombiana", según informa EFE, clausuró una velada que no se aguó ni siquiera por los problemas técnicos ocasionados por la crisis energética que atraviesa Pakistán.
La clase alta paquistaní vive al margen de la pobreza y el terrorismo. "Aquí estamos influidos por Vogue y Bollywood, pero hacemos una interpretación oriental. Hay que tratar de evitar herir sensibilidades", afirma Tariq Amin, estilista del desfile, que cobra 500 euros por maquillar a cada modelo.
Éstas llegaron a los ensayos luciendo gafas Dior, fumando cigarrillos light, hablando por sus Blackberry, comiendo pizza y bebiendo Coca-Cola. Como si estuvieran en París.
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