Cuando te ocurre algo así se te quitan de golpe muchas mariposas de la cabeza y quedan sensaciones que acaban por convertirse en axiomas de tu vida. Soy el mayor de cuatro hermanos, y cuando ella murió teníamos 16, 15, 13 y 6 años. Mi madre sufría depresión crónica; desde que tengo uso de razón fue así, pero la recuerdo como una persona muy dulce, no tengo memoria de nada malo relacionado con ella. Era normal pasar largas temporadas en casa de la abuela o de mi tía. La vi llorar por primera vez a los 15 años. De repente, una noche te vas a dormir y a la mañana siguiente llega tu padre: "Mamá no ha venido, vamos a ver qué pasa". Se te quitan muchas gilipolleces de la cabeza y, por qué no, también desaparecen algunos miedos, en el sentido de que no estoy aquí para perder el tiempo porque igual el mundo se acaba mañana. Podría haber ocurrido al revés, pero aquella tragedia acabó por darme fortaleza: se me grabó en la cabeza que en las situaciones límite debía rodearme de energía positiva. "

(Elpais.es)
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