En primer término, se le realizará una nueva entrevista de admisión. Esta debería ser interdisciplinaria, pero la gran mayoría son realizadas exclusivamente por psiquiatras. Cualquier persona con cierto sentido común supondría que se realiza en un consultorio cerrado, con una cierta intimidad y contención, donde el paciente pueda contar, nada más ni nada menos, qué lo trae por el hospital, relato generalmente cargado de angustia, confusión, bronca, enojo, depresión y otros sentires. Sumado a la crisis que llevó al paciente a ser internado, son esperables cierto temor y confusión sobre cómo será la internación, con toda la representación social alrededor de lo que es un manicomio, en este caso el Borda. Lo más lógico sería explicarle al paciente en qué servicio está, cómo va a ser su tratamiento, con qué actividades cuenta el servicio, mostrarle su cama y las instalaciones, presentarle a sus compañeros, asignarle un tutor que lo acompañe en los primeros días, explicarle las reglas de convivencia y demás cuestiones.
Pero la entrevista es generalmente un interrogatorio cuasi-policial plagado de preguntas, a veces de tal forma que la siguiente pregunta se superpone a la respuesta del paciente a la pregunta previa. En la entrevista puede haber hasta cinco psiquiatras, de estricto guardapolvo blanco, con una mesa de por medio, enfrentados –en los múltiples significados de la palabra– al paciente. Por supuesto que los entrevistadores se reservan el derecho de atender su teléfono celular y hablar a los gritos por sobre el discurso del paciente, discutir la medicación de otra persona, interrumpir, levantarse y salir del consultorio. A su vez, cualquier profesional del servicio tiene derecho a entrar y salir del consultorio u office donde se esté haciendo la entrevista. El paciente no recibirá ningún tipo de explicación sobre su situación ni sobre su internación, excepto cuando se trate de un paciente internado bajo juzgado penal, al que se le advierte que tiene prohibido salir del hospital. Las preguntas sobre los síntomas no suelen realizarse con la mayor sutileza:
–¿Y escuchás voces?
–No.
–¿Seguro?
–Sí.
–¿Y pensás que alguien te persigue?
–No.
–Bueno, no te escapes, eh.
Cuando el paciente crea que el suplicio de la entrevista de admisión finalmente terminó, se llevará la sorpresa de que puede repetirse ad aeternum, según el interés o dudas que su caso genere en los psiquiatras. Un mismo paciente puede tener hasta seis o siete entrevistas de admisión: un zoológico donde lo visitan estudiantes de diferentes carreras en diferentes universidades, arrasando su intimidad. Ya está instalado el poder psiquiátrico, ya está a merced de quien tiene en sus manos la decisión más importante para él: cuándo puede irse de este infierno. Es por esto que nunca se niegan a estos interrogatorios.
Método Bleecker
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