El escritor ruso León Tolstoi está sentado para siempre en el paraíso más alto de la literatura, esa parcela de eternidad donde solo tienen cabida los dioses mayores. Un paraíso cuya entrada parece estar resguardada por un código singular: Solo los pesos pesados van al cielo. La metáfora toma en préstamo una categoría deportiva, eficaz por su poder delimitador, su elocuencia sintética. Junto a Fedor Dostoievski, Nikolai Gogol y Anton Chejov, Tolstoi integra un cuarteto en cuyas manos descansan los hilos de técnicas y procedimientos expresivos que anticiparon el rumbo de la nueva narrativa del siglo XX, cuyo germen fue adjudicado, por una crítica poco informada, a autores norteamericanos como William Faulkner, John Dos Passos y Ernest Hemingway, entre otros,
Ellos bebieron, sin embargo -sin ocultarlo-, en las fuentes nutricias de aquella literatura amasada en una Rusia aún feudal, que ocupaba su lugar sin algarabías ni estridencias, desplazando a las restantes -la francesa, entre ellas- como gestora de vanguardias y rupturas transformadoras.
Tolstoi es uno de los grandes maestros renovadores de la novela, sin que medien cuestionamientos o discusión alguna. Padre de títulos como Ana Karenina, cuya intensidad y riqueza se acrecientan con el tiempo, su obra maestra es un diamante de raro esplendor, La guerra y la paz, que cumplió 140 anos en 2009, sin perder su cualidad de invicta. (sigue)
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